Contra la hegemonía del chocolate
¿Han conocido a alguien que no le guste el chocolate? No que no pueda comerlo porque le produce alguna alergia o por temas de
diabetes, sino que, de verdad, con todo su corazón deteste el chocolate. Que el
mero olor de este le produzca un revoltijo en el estómago o que haga una mueca
de disgusto cuando alguien lo menciona. ¿No? Bueno, ahora me conocen a mí.
Difícil es sobrevivir con esta maña, cuando el chocolate
está prácticamente en todos lados. Helados, pasteles, dulces, leche, bizcochos,
casi todo tiene una variación que incluye el chocolate.
Siempre me han llenado de cuestionarios por el hecho de que
no me guste esta “básica delicia” o “manjar de manjares”. Pero jamás me he
decidido a contar la historia de porqué jamás aceptaré un chocolate como regalo
de cumpleaños.
Las razones para que a alguien no le guste el chocolate
pueden ser varias, desde sus nefastos efectos, como el aumento de peso, las
caries, las espinillas e incluso la diabetes, o puede que no les guste por sus variaciones y que algunos son peores que otros. Mi historia incluye esto y más.
Hoy, no me gusta el chocolate. No me gusta. A secas. Así de
sencillo. No aguanto su sabor.
Así que ustedes, amantes del chocolate, amantes de sus
variaciones en tantas tonalidades de café, de sus rellenos cremosos, de sus
nueces y almendras incrustadas, ustedes, que han hecho que aquellos que no disfrutan
de esta aleación de cacao, azúcar y leche, les presento el por qué alguien
puede terminar odiando este dulce.
Mi historia comienza hace tres años, cuando, como cualquier persona, disfrutaba del dulce a base de cacao y aceptaba un trozo
cada vez que tenía la oportunidad. Pero llegó el verano y sentía que debía
ponerme a dieta, para poder estrenar trajes de baño junto a la piscina y verme
bien en esos pequeños vestidos que vendían en el Costanera.
Después de un diciembre dedicado totalmente a este objetivo,
viviendo de agua, ensaladas, bajos carbohidratos y ejercicio, decidí que tenía
que bajar un poco las revoluciones. El cambio era demasiado brusco y no lograba
acostumbrarme. Por lo que decidí mantener mi dieta usual, sólo que con
porciones más pequeñas y eliminar totalmente las cosas con demasiado azúcar. Incluyendo
el chocolate.
Durante el mes de enero me encontré súper bien. La dieta
estaba funcionando mejor de lo que creía e, incluso, me sentía mejor, con más
ánimos. Valientemente rechazaba las salidas a locales de comida rápida o
cafeterías que me tentaran a pedir algo lleno de azúcar. Dejé atrás las
gaseosas azucaradas y los dulces.
Pero llegó febrero… y con él, San Valentín. Me sentía
abrumada por el bombardeo mediático que esta feca trae consigo. Casi todo a mi alrededor me
decía que necesitaba de chocolates y regalos para hacer una gran demostración
de amor. “¿De verdad tengo que hacerlo?”, pensaba. En esa época salía con un chico
que me gustaba mucho, así que a pesar de mi resistencia, decidí comprar
chocolates y hacerle una carta, como regalo de San Valentín.
Pero mis planes se vieron truncados cuando cinco días antes
del 14 de febrero, este chico decidió que ya no quería estar conmigo.
Me comí los chocolates que había comprado con anticipación, pero después de
un par de meses sin estos, se me hicieron insuficientes. Sentí que merecía,
o más bien, necesitaba, más chocolates.
Una llamada a mi mejor amiga bastó para que llegara con
bolsas llenas de chocolate, que al parecer compró al por mayor. Esa tarde nos
atiborramos con todo el chocolate que teníamos, tanto que ambas nos enfermamos
del estómago. La noche estuvo repleta de viajes al baño.
Después de ese tremendo error, me vi obligada a llevar una
dieta blanda, lideré una batalla contra las espinillas asquerosas que surgieron después de ese episodio y sobreviví a una
visita al dentista por la carie que me salió en una muela.
La próxima vez que olí un chocolate, sentí una repulsión tremenda,
nunca más pude probar el dulce.
Desde entonces llevo una lucha a diario contra la abundancia de este
dulce en todas partes, su hegemonía en las pastelerías y dulcerías es un poder
que estoy dispuesta a derrocar, aunque sea lo último que haga.
Dejemos de regalar un chocolate como la opción de último minuto para un cumpleaños o el día de la mamá, paremos de exigir chocolate para San Valentín, deténganse aquellos que preguntan "¿Y no tiene con chocolate?". Esta lucha es contra ustedes, que han posicionado al chocolate como la opción predeterminada para todo.
Dejemos de regalar un chocolate como la opción de último minuto para un cumpleaños o el día de la mamá, paremos de exigir chocolate para San Valentín, deténganse aquellos que preguntan "¿Y no tiene con chocolate?". Esta lucha es contra ustedes, que han posicionado al chocolate como la opción predeterminada para todo.
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