Can Limbo: Un documental en el borde

Director: Martín Baus
Guión: Martín Baus
Fotografía:Martín Baus
Montaje:Martín Baus
Chile, 2018, 76 minutos.



Contrario al texto que invitaba a conocer un coro de voces enhebrado de manera natural, junto a noticias y recuerdos que forman un palimpsesto audiovisual, este documental solo invita a conocer una historia familiar repartida entre Cataluña y Chile.

Los 76 minutos de duración transitan lentamente entre 1971 y el 2018 con imágenes familiares originales en 35 mm, tanto en blanco y negro, como en color. Las antiguas se notan no solo por la estética de lo mostrado, maceteros, candelabros, etc., sino también por las innumerables líneas rectas y curvas, que atraviesan toda la pantalla junto a súbitos descoloramientos, delatando un deteriorado film de película.

Cuesta entender la trascendencia para el desarrollo de la obra detenerse dos largos minutos ante seis maceteros que contienen diversas plantas que mecen sus largas y delgadas hojas todo el rato, rodeando una pequeña tina con agua que tiene en sus esquinas dos velas encendidas y un plato de comida.

Luego un narrador alumbrado solo por una vela, en cámara y sin mirarla, cuenta su preocupación ante la supuesta expropiación de una mina familiar de carbonato de calcio, fundamental en la producción de vidrio y cemento, además de una pequeña viña que produce vinos, esto en un nuevo plano fijo, como todo el documental.

A continuación una serie de trozos de eternos minutos de pantalla negra sin sonido algunos y con canciones en Catalán otros, o haciendo zapping radial en una radio de onda corta. Estas partes lejos de mostrar incertidumbre y caos, que si lo logran, pero en cambio además tientan a retirarse de la sala, pues a 30 minutos del comienzo, de no ser por la participación de cuatro músicos y una cantante interpretando una cantata de Bach, no hay nada más rescatable.

Otra imagen moderna detenida de una parra solo iluminada suavemente por la luna, luego una imagen antigua de un bastón apoyado en una pared de piedra y una roca de calcio de unos 20 centímetros de diámetro son mudos testigos del paso del tiempo de la vida y del film.

Un par de narradores más aparecen en off hablando en catalán, por fortuna para quienes no dominan la lengua el director tuvo la amabilidad de poner subtítulos en español y darle algo de movimiento al relato, aunque sea con este mínimo aporte.

Finalmente y de manera desordenada aparecen en escena unos largos textos en catalán y sin traducción de donde lo único que se entiende es el nombre de Rafael Casanova acompañado del 11 de septiembre de 1714. Aquí otro dato para intentar descubrir la intención del director de parafrasear entre dos fechas de igual número en el día y mes pero separadas por 259 años.

Una vez terminado el documental, no queda más remedio que investigar acerca de Rafael Casanova, encontrando que este fue la máxima autoridad catalana al grado de “Conseller en cap”( Consejero en jefe), durante dos años, y el 11 de septiembre de 1714 fue herido en la batalla final defendiendo la ciudad de Barcelona de las tropas de Felipe V, luego fue exonerado de sus cargos militares, políticos y le fueron confiscadas sus propiedades. 

Definitivamente una historia familiar, asombrosa, triste, pero apasionante, que fue desperdiciada por la inexperiencia de un novel director de cine.

Por Jorge Melo Pardo.

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