De los doramas a Recoleta: Sukine
¿Se acuerdan del boom de los doramas en la televisión abierta?
¿La primera ola de popularidad del k-pop? ¿Por allá en el 2012, cuando el MEGA
pasaba al medio día “Boys Over Flowers” y
se convirtió en la apuesta del año? Yo sí me acuerdo.
En ese entonces mi mamá desarrolló un fanatismo por estas
series, la música y la cultura coreana,
se pasaba al Mall Chino de San Diego a comprar DVD’s y Blu-ray’s de doramas, los elegía según los actores que más le gustaban.
Empezó con Lee Min Ho, del famoso dorama que transmitió MEGA, y después fue
conociendo y siguiendo más “oppas”.
Recuerdo que hace tres años, mi mamá llegó emocionadísima
del trabajo, una amiga le había contado de este nuevo local en Patronato, en el
que servían comida coreana. No era nuestra primera incursión en la gastronomía
de este país, más de una vez nos recorrimos los supermercados chinos buscando
comida que ella identificara de los doramas, encontramos una mina de oro cuando
en el paseo Santa Filomena pusieron un minimarket coreano que, con los años, se
han ido expandiendo por Santiago.
Fuimos. Probamos todo lo que alguna vez mi mamá vio en la
pantalla del televisor de su pieza y que los oppas y unnies probaban.
Cerveza hite, kimchi, bae bop y el licor soju, admito que los platos basados en
pura verdura y arroz sin almidón no fueron de mi gran placer.
Desde entonces hemos revisitado el local cada vez que
tenemos tiempo o vamos de compras por Patronato, aunque yo prefiero los
shawarmas que quedan a la vuelta, me gusta que mi mamá se de un gusto en el
local de Antonia López de Bello.
La última vez que visitamos el lugar fue el sábado pasado a la hora de
almuerzo, después de recorrer la mitad de Patronato en búsqueda de nuevas teñidas para el verano. Al llegar nos topamos con un local llenísimo, tuvimos que esperar 10 minutos a
que desocuparan una mesa para poder sentarnos. Había una pequeña fila que se
había formado fuera del local.
Mientras esperaba, me dediqué a observar las parrilladas
coreanas, las empanadas de arroz y las botellas de soju, me di cuenta qué, en
todo este tiempo, los platos del local han cambiado mucho y se han adaptado las
porciones al apetito del chileno.
Logramos situarnos en una mesa junto a la puerta, protegida
por un pequeño biombo para que el flujo de gente no perturbe a los comensales.
Apenas nos sentamos, una joven llegó con las cartas y un cartel
plastificado que mostraba la foto de la mayoría de los platos, ya que el menú
no contaba con tales gráficas.
Me decidí por un Dolsot-Bap ($5.500), un platillo de verduras al
vapor con carne cocida, huevo a la plancha y arroz, todo caliente. También está
la opción del mismo plato en frío. Mi mamá se decidió por un Chapche-Bap ($5.000), un
platillo que mezcla fideos transparentes, con carne y salsa de soya, obviamente
siempre acompañado por una porción de arroz. Decidimos agregar una porción de
camarones fritos para acompañar ($5.000).
A los pocos minutos llegaron las bebidas, una coca-cola
normal para mí y una nordic para mi acompañante, además de vasos pequeños para
servirlas. Junto a ellas llegó el Banchan, seis platillos pequeños que se ponen
en el centro de la mesa para compartir, cada uno contenía algo distinto. Kimchi, huevos
duros con soya, diente de dragón, tofu caliente con soya y cebollín, calamar
deshidratado con ají y trozos de alga para servir.
Opté por usar palillos, que aprendí a usarlos durante todos
estos años de pedir sushi delivery. Mi mami nunca aprendió.
Esperamos, creo, unos 10 o 15 minutos para que llegaran
nuestros platillos, entre el Banchan y la conversación ni siquiera se notaron.
El único problema es que, debido al calor, cuando llegó mi comida, me
había acabado la coca-cola, así que pedí un agua sin gas. Esta llegó a los
cinco minutos, junto a los camarones fritos para compartir y la salsa picante
que, supuestamente, debe verterse sobre el Dolsot-Bap. Cada plato venía con una sopa de papás y huevo, una mezcla deliciosa y no tan pesada como suena, su sabor supera el de cualquier consomé levantamuertos de sábado por la mañana.
Para mi sorpresa, el envase de la botella de agua venía en
coreano, “hasta el agua acá es coreana” me comentó mi mamá. Cuando vi los
camarones fritos sentí que al fin tenía una razón para usar el Emoji de
whatsapp y no dudé en subir una foto a Instagram, comida bonita y emojis, la
receta perfecta para muchos likes.
Probé la salsa picante antes de verterla sobre mi plato, después
de saborearla se ganó el título de “salsa picante que no pica”, la eché toda y
revolví. Gocé cada trozo de comida, la forma en que cocinan las verduras sin
sal les da otro sabor y la salsa picante que no pica, era una muy buena adición.
Poco a poco iba picoteando los camarones fritos y los distintos platillos del
Banchan.
Todo bien hasta que llegué al arroz, debo admitirlo, la
primera vez que probé el arroz cocinado así, sin almidón, me dio asco. Pero con los años lo he
aprendido a aceptar y disfrutar en su propia naturaleza insípida. Menos mal el
plato que pedí venía con la salsa picante que no pica, le dio otro toque al arroz. Noté que mi mamá ni siquiera tocó el suyo.
No alcancé a terminarme todo el plato cuando ya me sentí
satisfecha, aún quedaba un poco de tofu y dientes de dragón del Banchan, mi
debilidad por lo picante hizo que arrasara con el kimchi y los calamares, que a
mí parecer, no picaban mucho.
Miré a la niña que nos había atendido y desde lejos le hice
la típica señal de anotar en la mano para pedirle la cuenta, cómo ignorar ese
código silencioso entre camarera y clienta. La cuenta llegó enseguida, acompañada de unos trozos de sandía, estos
eran cortesía de la casa y funcionaban como postre para los comensales. Agradecí
bastante la consideración y sé que a caballo regalado no se le miran los
dientes, pero la fruta estaba harinosa.
Al revisar la cuenta mi madre notó un error en ella,
nos estaban cobrando demás. Con lo pasiva y amable que es mi santa madre, se
levantó de la mesa y fue directamente al mesón, donde se encontraba la caja, a
reclamarle a la anciana coreana que manejaba el dinero. Solucionó el entuerto en pocos minutos y
compró una botella de soju para llevar a la casa, con el fin de "pasar el mal rato de la cuenta".
Partimos con la guatita en punta camino a seguir con
nuestras compras. Mi gran problema, ahora, era cómo me iba a probar ropa con el
estómago lleno e hinchadito de tanta comida buena.
Por Soriana Núñez
Restaurant Sukine
Antonia López de Bello #244, Recoleta
Lunes a sábado: 12:00 - 22:00 hrs.
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