Netflix, Van Gogh y el placer de sentirse cómodo
Netflix, Van Gogh y el placer de
sentirse cómodo
Nombre: Loving Vicent.
Año de lanzamiento: 2017.
Directores: Dorota Kobiela y Hugh Welchman

Así como los productores de Loving Vicent hicieron de la película un
verdadero experimento de animación, yo quise hacer el propio: la palabra
anacronismo estaba dando vueltas por mi cabeza, quién sabe por qué; la visita
que hice a la casa de mi abuela y un cuadro, precisamente de Van Gogh, encendieron
la ampolleta. ¿Abuelita, veamos una película en Netflix? ¿Y eso qué es, mijo?
Anacronismo, abuelita, anacronismo…
El año
pasado se estrenó Loving Vicent, una película experimental, escrita y producida
por Dorota Kobiela y Hugh Welchman., quienes tomaron los últimos
años de vida del célebre pintor holandés, Vicent Van Gogh, para narrar el
argumento, cuya gran novedad es la puesta en escena: los sesenta y cinco mil
fotogramas que componen el filme son pinturas al óleo de carácter postimpresionistas
–misma corriente artística que utilizaba Van Gogh en sus cuadros– hechos por
115 pintores distintos.
La
película fue galardonada en numerosos festivales de cine alrededor del mundo,
entre ellos, Los Premios del Cine Europeo en la categoría mejor película,
además de una nominación a mejor película animada en los Óscar, que finalmente
se llevó Coco.
Fue
el primero de marzo cuando la revolucionaria película llegó al catalogo de
Netflix. Desde entonces la quise ver, pero por una razón u otra, nunca pude.
Hasta ahora…
Fue
una tarde que visité a mi abuela. Uno o dos días antes de que me sentara a
escribir esto. Y resultó tan inesperado como oportuno: hacíamos zapping en la
tele, ella quería ver una película, pero nada de lo que estaban dando la convencía.
A mí tampoco. Se levantó del sillón, dijo que tenía unos DVD, que quizá allí
había algo. Yo miraba alrededor, como esperando encontrar lo que finalmente
encontré. Un cuadro de Van Gogh -la cosecha- colgaba en la pared, justo sobre
la tele. Cuando mi abuelita venía entrando de nuevo a la pieza, fue que hice
sinapsis: cuadro de Van Gogh + ganas de ver una película + Netflix = Loving
Vicent.
Abuelita,
le pregunté, ¿usted sabe de quién es ese cuadro? No tengo ni idea, me dijo, tú
sabes que a tu tata le gustan esas cosas, yo no sé nada. Nos reímos. Le dije
que era de Van Gogh y ella me miró como para simular interés. Hay una película
sobre él, continué, en Netflix, y creo que es entretenida. ¿Netflix?, preguntó.
Le
expliqué qué era Netflix, de qué se trataba y todo eso, a la vez que abría mi
cuenta en su tele inteligente, esa que ella, poco rato antes, pensaba que era
una tele corriente, como todas las demás.
Hacía comentarios tipo: mira, qué encachado; o: oye, pero esto es otra
cosa.
En
la tele se veían las miniaturas del infinito catalogo de Netlix y ella, mi
abuela, sonreía y seguía haciendo comentarios. Estaba confundida, pero a la vez
se le veía contenta. Me daban ganas de hacer un comentario tipo: el futuro es
hoy, ¿oíste, viejo?, pero me reprimía para no tener que explicarle a qué venía
eso.
Antes
de decidirnos a ver Loving Vicent, navegamos por el catalogo y analizamos otras
posibilidades. Ella quería verlo todo, no podía creer que tantas películas se
concentraran en una sola pantalla. Para una fanática de las películas, como yo,
esto es el paraíso, me decía. Finalmente nos decidimos y dimos play a Loving
Vicent: desde el primer aviso, donde ponía que la película estaba pintada
íntegramente a mano por más de 100 artistas, nos mantuvimos pasmados mirando la
tele.
La
película cuenta la historia de los últimos años de Vicent Van Gogh antes de su
muerte, en 1890. El relato está configurado en base a la narración de
personajes que conocieron a Van Gogh y que dan su testimonio a Armand, hijo del
cartero personal del pintor, quien es
encomendado a entregar la última carta del artista a su hermano, Teo.
Los
flashbacks constantes, la representación de Van Gogh a partir de relatos de
desconocidos (algunos no tanto) que hablaban con Armand -el cartero e hilo
conductor de la historia- en un pequeño pueblo francés, la exactitud pictórica
de cada imagen, la comodidad de estar sentados en el sillón mirando una
buena película. Toda la narración que
buscaba descubrir el enigma que rodeaba la muerte del gran exponente del
postimpresionismo a partir de una construcción muy bien lograda.
Acaso
sea el sesgo de la emoción o la emotividad del momento, pero Loving Vicent me
pareció una película verdaderamente buena. Una historia sobre la cual hay
muchísimas versiones expresadas, justamente, contada a partir de una
multiplicidad de voces y personajes que, aunque efímeros, logran consolidarse
bien y adquirir una actitud propia. Pero, al margen de eso, sin duda lo más
atractivo del largometraje dirigido por Dorota Kobiela y Hugh Welchman es la osadía de intentar una animación al
fiel estilo del protagonista verdadero: Vicent Van Gogh.
Mi
abuela no podía creer tanta perfección. El avance de la tecnología, todo eso,
decía. Bastaba escucharla para darse cuenta del lujo, de la inmediatez, del
paso realmente avasallador que lleva el mundo.
Años de trabajo para entenderlo. Así es difícil, desde la cima de las
comodidades. De alguna manera, para el propio Van Gogh también resultó difícil.
Comprender que el mundo avanzaba a una velocidad distinta de sus posibilidades.
Acaso eso gatilló el final. Acaso eso, también, motivó a Dorota Kobiela y Hugh Welchman a producir una
película así, que, experimento o no, no resultará indiferente para nadie.
Si alguien se pregunta por qué el
cine es considerado el séptimo arte, que vea Loving Vicent.
Por Juan Arredondo
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