Por: Juan Cristóbal Arredondo
La danza de la lluvia y su transformación en las
voces del silencio.
Recuerdo haber
odiado una canción cuyo nombre me es esquivo. Hago memoria, voy al verano del
2011 y la tengo: Rain Over Me, de Pitbull con Marc Anthony. La busco en
Youtube, la escucho y la vuelvo a odiar. No puedo terminar el video sin padecer mareos
y dolor de cabeza. Me dan ganas de vomitar y me levanto al baño; vuelvo y
despotrico. El concepto del odio, en este caso, es lo más cercano a eso: a las
nauseas y la migraña efímera, que dura lo que dura la canción.
19 de julio de 2011, una fecha que quedará marcada a
fuego para mi concepción de lo bello. Ese día, mientras yo estaba -posiblemente-
en el colegio o tirado en mi cama o en cualquier parte, se lanzó al mercado el
tercer sencillo del álbum Planet Pit, de Pitbull: Rain over me. En un crossover
a la altura de las Tortugas ninjas apareciendo en un capítulo de los Power
Rangers o de Virgilio y Dante en la Divina comedia, Marc Anthony canta, junto a
Pitbull, y a todo pulmón, Rain over me, durante cuatro eternos minutos.
Desde la fecha de lanzamiento hasta la primera vez
que pude escuchar los ritmos interestelares de Rain Over Me, pasaron algunos
meses. Fue recién en el preámbulo de enero, creo que justo el día de navidad,
cuando la joya sonó en las cuatro paredes que nos encerraban, a mí y a mi
abuela, en su casa. Estábamos los dos, solos, con la radio encendida,
posiblemente comiendo algo o jugando carioca. Recuerdo que la voz de Marc
Anthony hizo eco en mi consciencia y que lo primero que hice fue mirar a mi
abuela para saber si pensaba lo mismo. No pude saberlo. El segundo impulso me
fue imposible de realizar; una vez dentro, una vez gatillado el primer acorde,
ya no hubo forma de salir de allí. La melodía sonaba como un “no hay escape”.
La canción se prolongó durante extensos minutos de
tortura y la voz de Pitbull, que desde mucho antes me provocaba algo parecido a
la fatiga, pasó a formar parte de mi cabeza, de mi cuerpo, de mis acciones. Mi
consciencia se entregaba a la música y yo, en un desesperado intento por
soslayar la desgracia, salí por la primera puerta que daba a la calle. Pero no
hubo caso, fue inútil. La tragedia ya formaba parte de mí. La canción había
colonizado cada segmento de mi cerebro, absolutamente sedado por un coro
desagradable, casi tan desagradable como el sonido de un rasguño pasando fuerte
sobre una superficie de madera.
Ay ay ay, ay ay ay let it rain over
me!
Ay ay ay, ay ay ay let it rain over me!
Ay ay ay, ay ay ay let it rain over me!
La letra, casi como una secuencia
interminable de gente buscando locomoción en hora punta, se expandía por cada
cavidad de mi organismo y me trasladaba a momentos de enorme angustia, de
desesperación; de pura desesperación. La idea de no poder escuchar nada más
increíblemente malo era algo real. Y tendré que conformarme con esto, recuerdo
haberme dicho, tendré que conformarme con esta canción como la única gran
certeza. Porque no se iba. Porque no pensaba en irse. Porque tampoco se fue.
Porque Pitbull y Marc Anthony, con una sola primera impresión –suficiente, por
lo demás–, consiguieron instalarse, odiosamente, en el rincón más privilegiado
de mi memoria.
Repetición constante de un sonido
que no quería escuchar, que no deseo escuchar. De un sonido que, casi como en
una pesadilla, me persigue en mis peores momentos, sobre todo cuando sale el
sol y se atisban las primeras escaramuzas del verano. Y el verano como sinónimo
de la odiosidad de un sonido, de la voz innegable de Pitbull, de la mayor
desgracia hecha canción.
Una canción que evitaba a toda
costa y que siempre volvía a aparecer, incluso en los lugares más insólitos. Como
hace una semana, en medio de una prueba que de seguro reprobé. O como el día de
mi graduación de cuarto medio, cuando subí a buscar el diploma y estuve a punto
de desplomarme del mareo, al escuchar los primeros acordes de esa canción que
emanaba sus acordes desde el parlante, que coincidía justo con mi oído derecho.
Girl my body don't lie, I'm outta my
mind
Let it rain over me, I'm rising so high
Out of my mind, so let it rain over me
Let it rain over me, I'm rising so high
Out of my mind, so let it rain over me
Desde entonces, desde esa primera
vez que escuché Rain Over Me, los veranos no son más que eso. Una lluvia constante sobre mí, una pérdida ilocalizable de cabeza.
Una canción que se repite en todas mis actividades y que aparece, muy de vez en
cuando (más de vez que en cuando), en forma de sueños irreproducibles, donde
yo, Pitbull y Marc Anthony, cantamos, sin dejar de hacerlo, ni siquiera por la
sequedad de nuestros labios, RAIN OVER MEEEE!
Todo que
escribí recién no es nada. Todo lo que escribí recién podría ser perdonado,
olvidado. Podría haber hecho como si nunca hubiese sucedido. Como si la
repetición de esa canción en mi cabeza o como si la imposibilidad de huir no
fueran más que manías temporales y odiosidades generadas con alevosía. Pero no.
La canción es imperdonable. Es imperdonable porque fue el soundtrack de
cabecera del peor verano de los pocos que recuerdo. El mismo verano en que me
fracturé la tibia y el tobillo, los dos de una. El mismo verano que pasé
acostado en mi cama, igual como Bart Simpson, viendo cómo todos mis amigos se
bañaban en la piscina del frente, escuchando voces poco nítidas, pero
imposibles de desconocer. Eran siempre ellos. Las voces, perdidas entre las
risas y la felicidad de mis amigos y el sol del verano y la piscina repleta de
gente, tomaban forma, acaso total, al interior de mis instintos musicales, que
seguían renegando la lluvia que caía sobre mí, pero sin poder despertar del
insomnio profundo que me agotaban las ganas de estar de pie. Mejor acá, acá tienes que estar, acá llueve
sobre ti. Y yo, que no decía nada, me conformaba con morderme la lengua
para ver si no despertaba de esa amarga canción. Y todavía lo hago; ahora,
antes de terminar de escribir lo último que escriba, me muerdo la lengua para ver
si despierto de esa amarga canción. Pero es imposible. Acaso ese sea el único
precedente del verano perdido, y de los veranos posteriores.
Ficha técnica
Artista: Pitbull.
Artista invitado: Marc Anthony.
Álbum: Planet Pit.
Fecha de lanzamiento: 2011.
Género: Hip-Hop/Rap.
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