Amores perro


         

         Si bien, Amores perros no es un canto a la vida ni una obra maestra, tampoco es una película que se pueda tomar a la ligera y ver desde una perspectiva que no permita un análisis más allá de la trama general. El largometraje cumple con su nombre al saber relacionar de manera discreta pero potente las historias de sus protagonistas con el tipo de vida que llevan los canes.
 

Al fijar el ojo en la trama es posible reconocer que a ratos la película se estanca en vacíos que no aportan mucho a la historia o en círculos que quitan la linealidad al relato y la hacen ser cíclica, dando la impresión de nunca avanzar o hacerlo de manera lenta y quizás un poco tediosa.

La historia tiene sus encantos y momentos que tienen al espectador atento, pendiente de que pasará. Otro acierto del film es la manera en que muestra las ambas caras de los estratos sociales que se pueden encontrar en esta sociedad moderna con las dos primeras historias, aunque la tercera da un cierto agotamiento, ya que su relación no es del todo clara, generando un cansancio tanto visual como también atencional para la historia y el público.

Un joven Gael García (Octavio) logra cautivar al espectador y hacerlo parte de su historia, hace que el público quiera ver a su personaje poder hacer realidad su sueño amoroso. Es el “niño bueno” del relato visual, quién  busca salir adelante y así ejecuta el enganche perfecto para los soñadores que aún creen en el amor romántico.

Por otra parte, Álvaro Guerrero (Daniel) y Goya Toledo (Valeria) son la otra cara de la moneda al estar en una situación económica y social acomodada. Aunque la historia de ambos es potente, dando al espectador en qué pensar, el relato no es tan dinámico como el de la primera experiencia y cae a ratos en una especie de “arena movediza” que da una lentitud innecesaria, restando más que sumando.

Luego de casi una hora y media la película llega a su tercera historia, donde se puede ver a Emilio Echeverria (El chivo) como un vagabundo que también es un asesino a sueldo, lo cual quizás es poco creíble o relacionable. Su testimonio es difícil de relacionar con los dos primeros relatos más allá de lo que se muestra visualmente en las escenas de cruce entre los personajes de las experiencias que se presentan en la pantalla.

Ya casi llegando al final del largometraje es un tanto engorroso querer hacer una relación más acabada entre todos los protagonistas que forman parte de este mundo ficticio creado por Alejandro Iñárritu, el ejercicio es difícil, pero es aquí donde el espectador debe poner atención a los detalles que están más allá del relato general y dejar la perspectiva especista. 

Al hacer el ejercicio de relaciones y llevarlo a un plano más específico se pueden encontrar perros a lo largo de toda la película, en cada historia y también junto a cada protagonista, algunos con un rol más importante que otros pero todos están ahí. Quizás Iñárritu busca aquello, que estén ahí pero que pasen desapercibidos para después reflejar el concepto “perro” y no quedarse solo en el amor, sino que también otras experiencias como lo son el dolor o la soledad. Finalmente, como deja en claro la película es tanto lo que ganamos como lo que perdemos.

Por Hugo Troncoso.

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