Dirección: Metro Plaza de Maipú, por avenida pajaritos.
Horario de Atención: Abierto las 24hrs, de lunes a domingo
Sabores que transportan y humanizan
Por Irma Fernández
La Plaza de Maipú se ha convertido, en el último tiempo, en un lugar de encuentro para los vendedores de comida. Al salir del metro casi no se puede caminar, sobre todo en hora punta, por la gran cantidad de puestos de comida que obstaculizan la vereda de las avenidas 5 de Abril y Pajaritos.
Al caminar por los alrededores del metro se pueden encontrar puestos de sopaipillas, de esas pre fritas claro, jamás de las caseras. También de pizzas, churros, maní confitado, empanadas fritas, y puestos donde venden chocolates desde mil pesos.
Todo esto suena bastante “chileno”, pero hay otros que salen de esta cotidianeidad, como un puesto de jugos colombianos y un carrito llamado El sabor de mi tierra. Ya he probado bastante durante toda mi vida las sopaipillas y los churros, así que apuesto por este local de comida colombiana y venezolana, atendido por una sola persona que también es extranjera. Creo que es venezolano.
Al mirar el puesto de comida se puede ver que hay mucha variedad de preparaciones, partiendo por las arepas que, según el vendedor, es lo que la gente más le pide. En un pendón dispuesto en una esquina del local, se ven las 15 variedades de arepas, además de 6 ingredientes adicionales que se pueden agregar si se desea, además de las cachapas, pero nada de esto me llama mucho la atención.
Por la parte de arriba del puesto se ven otros productos, aunque están medio tapados por el plástico que cubre el local. Son sándwiches con nombres raros que no había visto antes, excepto por uno: el churrasco. Papa pollo, Patacón, Patacón pollo y Perro caliente colombiano.
Comienzo a leer los ingredientes de estas preparaciones desconocidas y uno me llama mucho la atención, el perro caliente colombiano. “Salchicha, papa frita, tocineta, queso, salsa rosada, cilantro, salsa de piña, cebolla”, dice la descripción de esta extraña mezcla. Y digo extraña por la combinación dulce – salado de agregarle piña a una preparación salda, que es justamente lo que decido pedir.
Mientras el señor que atiende se dispone a preparar mi Perro caliente colombiano yo observo el lugar. Todo está muy limpio. Hay una plancha donde calienta el pan, también pone una porción de cebolla que está picada en cuadritos y el tocino, que comienza a retorcerse por el calor. Antes de comenzar, el vendedor saca un par de guantes de látex blancos, además de llevar todo el tiempo una mascarilla desechable blanca. Todos los ingredientes se encuentran refrigerados en un cooler, y en otro van las bebidas.
Ya con el pan caliente, lo toma y agrega una vienesa y media. Es un pan bastante grande, de 30cm aproximadamente. Luego el tocino y encima la cebolla, que ha soltado un olorcito rico, como cuando se carameliza.
Sobre esto van papas fritas molidas, de esas de supermercado, no naturales. También salsas, pero no logro distinguir cuál es cuál.
Como si esto fuera poco, el vendedor se dirige al cooler y saca un trozo grande de queso, que está envuelto en papel plástico, y ralla una porción más que generosa sobre toda la preparación. Para finalizar pone otras salsas encima, que si no me equivoco era kétchup y mayo, y sobre esto, salsa de piña para rematar.
El perro caliente colombiano luce bastante grotesco la verdad, de tamaño grande y con mucha cosa encima. Pienso que, con la suerte que tengo, a la primera mordida se me caerá todo.
El proceso de elaboración fue un poco extenso, 10 minutos me atrevería a decir, pero dicho tiempo de espera no es malo, por el contrario, fue entretenido mirar todo, por la maravilla de lo desconocido, la dedicación y el amor con la que hombre lo preparó.
El valor es de $2.000, y además pedí una coca cola de medio litro, que costó $1.000. Esto suma $3.000 pesos, valor que considero barato para todo lo que es y todo el trabajo que conlleva.
Al probarlo, los sabores, aunque son muchos, se mezclan a la perfección. La vienesa está a muy buena temperatura, lo crujiente del tocino junto con las papas fritas se suavizan y contrastan con lo suave del queso y lo húmedo de las salsas, y todos estos sabores deliciosos van muy bien con la salsa de piña, que se fusiona con el dulzor de la cebolla para entregar un exquisito sabor.
Todo está muy bien cocinado, a buena temperatura y hay una muy buena atención. El único pero que podría tener, es que jamás sentí algo de cilantro, que era un supuesto ingrediente dentro del Perro caliente colombiano, pero a pesar de eso, todo estuvo excelente.
Al conversar con el vendedor y preguntar por el horario de atención, él me dice que atienden todos los días y todo el día, las 24 horas. Al ver mi cara de impacto añade que hay dos turnos, lo que no aminora mi preocupación porque eso significa que él trabaja 12 horas seguidas.
Mientras me comía mi perro caliente, la gente que pasaba me miraba con intriga, y hambre. Muchos fueron los que decidieron parar y mirar lo que ahí se ofrecía, y tres cayeron frente a la tentación, pidiendo, además, lo mismo que yo.
El sabor de mi tierra merece su nombre, ya que todo el proceso y el producto final logró transportarme a otro lugar, con sabores maravillosos que no había visto aquí nunca. Todo fresco y sabroso, de la mano de un amable vendedor y en un humilde puesto afuera del metro, que hizo remecer mi paladar mucho más que otros locales de renombre.
Me voy satisfecha, aunque un poco atónita por su jornada laboral. Más humanizada, pero también un poco triste por su realidad, viviendo fuera de lo que es su tierra, dedicando su vida a preparar comida de pie y probablemente estando lejos de sus seres queridos. Mientras me alejo, el amable hombre se despide mientras pone otra porción de cebolla y tocino en la plancha. Son las 6 de la tarde, y solo pienso que quedan varias horas aún, antes de que pueda caer sobre su cama.
Comentarios
Publicar un comentario