Sopaipillas con Kétchup en la Usach
Por Elías Jiménez
El viento sopla y trae consigo un montón de pelusas blancas. Le dicen plátanos orientales. Es muy perjudicial para quienes son alérgicos como yo. Voy con la cara tapada para que ninguno llegue a mis zonas sensibles, como la nariz o la boca. Salgo de la universidad de Santiago y de inmediato veo una carpa roja en un mesón blanco. Allí se encuentra un hombre muy serio mirando a todo aquel que entra y sale a la institución de educación. Lo miro y también miro lo que ofrece.
Sopaipillas y rollitos fritos. Sopaipillas que se fríen con aceite en el carrito como todos de Santiago. Con una especie de aguja tiene algunas de estas masas juntas para que en el caso de que quieran comprar, de inmediato, saque las que tenga lista. Llegan algunos clientes y le compran algunas. No he visto a nadie de la universidad que compre allí. Al parecer seré el primero. 
¿Cuánto cuestan las sopaipillas? Le pregunto amablemente y me dice muy tímido doscientos pesos. Una suma que está bien para el tamaño mediano. Compro de inmediato dos. El olor del lugar está obviamente pasado al característico aceite, por lo que dan más ganas de comprar. Miro al interior y dentro de esta pequeña carpita hay una silla para que el vendedor se siente, algunas servilletas y condimentos tales como kétchup, mostaza, mayonesa y ají.
El carrito de la Usach cuenta con una muy fiel clientela, pues está en pleno portón de la universidad por donde pasan cientos de estudiantes a cualquier hora del día a sus clases habituales. Aunque lo curioso es que los universitarios, según lo que he visto, no son los clientes más frecuentes del carro, sino que lo son personas que pasan por la calle. Es que además, este carro está en un punto estratégico bastante bueno para quienes quieran forjar un negocio como lo son las sopaipillas. A la entrada de la universidad, a la salida del metro, al lado de un paradero del Transantiago y establecido en unas de las calles más concurridas de Chile, la Alameda.
Al parecer el vendedor es peruano. Amablemente me pasa las dos sopaipillas que le pedí, saco algunas servilletas y le pongo mucho kétchup cuidadosamente para que no se me manche con las servilletas. Por si acaso me meto algunas servilletas al bolsillo de la chaqueta y amablemente me despido dándole las gracias.
Mezclar las sopaipillas con kétchup es uno de los placeres que te da la vida. Así que por esta razón siempre me compro dos (una nunca es suficiente) y lleno las sopaipillas con este infaltable condimento. No puedo decir grandes cosas de una sopaipilla comprada en un carrito, porque supongo que no es hecha con una masa tan elaborada como las de casa, no debe llevar zapallos y debe tener un montón de colorantes aditivos. 
No puedo decir tampoco que está mala, porque me encanta comprar ahí. En invierno es infaltable comer en el mismo carrito todos los días, porque uno de forma mental siempre asocia a las sopaipillas con el frío. No es que se te pase el frío comiendo sopaipillas, pero es cumplir una tradición chilena.
Ahora estoy en primavera, sin embargo el clima es bastante inusual en este año, así que con un poco de frío me voy comiendo mis sopaipillas de vuelva a clases y disfrutando del kétchup. Creo que eso es un plus bastante importante para que encuentre rico esta chatarra, pues nunca he comprado estas sopaipillas sin poner este aditivo. Creo que ese es el secreto. Sin los aditivos, a las masas poco elaboradas no se les siente el sabor.


Dirección: Av. Libertador Bernardo O’higgins, Santiago, Estación Central, Metro Universidad de Santiago de Chile.

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