"Pero ¡¿Cómo no te gusta la sandía?!"




De chico era muy mañoso, prácticamente no comía nada que no fuera chatarra o puré con algo simple. Sin embargo, con los años decidí ir cambiando mi forma de enfrentarme a los alimentos y abrirme a nuevos sabores. Admito que muchas de las cosas que no comía eran a causa de la “maña” que tanto odian los padres.

Hoy, intento no negarme a ningún tipo de comida y eso me ha llevado a tener gratas y sabrosas sorpresas que antes me negaba sin mayor argumento. Sin embargo, existe una fruta que nunca he podido digerir y cuya sola presencia me causa malestar.  

La sandía, tan popular en nuestro país, nunca ha podido atraerme. De hecho, me disgusta de sobremanera. Está clarísimo que mi posición despierta suspicacias en aquellos que la aman como si se tratase de un manjar refrescante y veraniego. Tantas veces me han cuestionado por mi odio hacia esta fruta que incluso se han armado debates entre mis amigos por mi postura (en serio, hemos hablado de esto en clases, casi como una intervención a lo How I Met Your Mother).

¿Por qué no me gusta? Culpo principalmente a su aroma – ya, pero el sabor es lo importante dirán algunos – Sin embargo, la comida entra por todos los sentidos para mí y la sandía fracasa en todos ellos.

Nunca he sido muy bueno para los sabores dulces y menos para los aromas de este tipo. Siempre he detestado los perfumes frutales, en especial esos bien pasosos que eran tan utilizados por mis primas durante mi infancia. El de sandía era el peor.

La sorpresa para mí fue que la sandía efectivamente expele un aroma tremendamente denso que parece alojarse en mi nariz y no querer soltarla. Para mí, el verano es sinónimo de abrir el refrigerador y pillar una sandía cortada impregnando con su empalagoso aroma todo el interior y colándose raudamente por mi nariz dejando mi cerebro nauseabundo como si se tratara de esas tortas de merengues tan dulces que te relajan de la peor forma.

El argumento de lo refrescante tampoco me hace sentido, prefiero tomar agua que tener que probar esa textura carnosa e hilachenta que la fruta en cuestión ofrece. Es como si mi paladar se viese abrumado por la mezcla de agua, pulpa, pepas y aroma que me atacan cada vez que intento probarla por la insistencia de mis círculos de amistades o familia.

Visualmente, tampoco me atrae. Soy de esas personas que se incomodan un poco por las porosidades de aspecto orgánico y la sandía está llena de estas. Si bien, como carne, debo admitir que el interior rojizo con hebras blancas (casi como venitas) y agujeritos dispares me dan la impresión de que se tratara de un elemento monstruoso que se me hace poco apetecible.

¿Y el jugo o el helado o lo que sea de sandía? – No gracias, los productos derivados o saborizados de esta fruta suelen tener un aroma aún más dulzón producto de su reproducción artificial o la concentración de pulpas en el caso de los zumos. Si me quiere arruinar el día póngase a masticar un chicle Grosso con sabor a sandía, el aroma dulzón de este excede todos mis límites.  

Créanme cuando les digo que lo he intentado. He intentado seguir la sabiduría popular y he probado la sandía en múltiples ocasiones esperando que mi disgusto hacia ella sea producto de malas experiencias aisladas. De Paine, del super, grandes, chicas, con harta pepa y con poca pepa, he probado varias y todas parecen tener los mismos problemas para mí. Definitivamente, no soy compatible con esta fruta y creo que nunca lo seré.

Por Cristián Canales Villa



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