Pie de Limón: un pequeño gran paso
Nací en la generación correcta. La tecnología y la Internet
me han ayudado de distintas maneras, sobre todo los simples tutoriales que se
pueden encontrar en plataformas como YouTube, que paso a paso explican cosas
que parecen ser tan sencillas
A la hora de cocinar, me declaro ignorante. Así que
cualquier idea que se me ocurriera en esta área, debía buscar alguna guía que
me oriente. Pensé que hacer un postre sería más sencillo que un almuerzo más elaborado,
así que concentré mis esfuerzos en pensar alguno que pudiera ser disfrutado una
tarde de domingo en familia y fuera simple para ser realizado por mis manos.
Me decidí por un Pie de Limón. Simple y sabroso, además de
ser algo que ya conocía y tenía una percepción de su preparación, no podía ser
tan difícil. Miré los ingredientes que distintas señoras ponían en sus canales
de YouTube o en recetas caseras de blogs online, además de los consejos de mi
hermana. Tenía todo lo necesario: Tres tazas de Harina, siete huevos, una taza
de azúcar, una leche condensada, siete limones y 125 gramos de mantequilla. Lejos
de lo más dietético y la amenaza del verano me preocupaba, de seguro algunos de
estos ingredientes podrían ser reemplazado por algo más saludable. Pero seguí
la receta tal cual.
Lo primero fue poner la mantequilla y la mitad de la taza de
azúcar en una fuente, me pareció una cantidad excesiva de mantequilla, lo que
hacía que me preocupara del resultado final. Use la batidora manual hasta que
estos parecieran haberse mezclado correctamente. Luego añadí dos huevos,
batiendo uno tras otro. La masa comenzaba a tomar forma, pero el potente olor a
la mantequilla me seguía inquietando.
Luego de esto agregué las tres tazas de harina, una tras
otra. Amasando la masa manualmente. En ese momento comprobé el exceso de la
mantequilla, pues aun con la cantidad de harina, era difícil despegarla de los
dedos. Tuve que agregar al menos dos tazas de harina más, logrando despegar la
masa. El resultado era satisfactorio, pero la mantequilla seguía siendo la protagonista.
La masa tenía un fuerte olor a esta y se notaba aceitosa.
Era hora de prender el horno. No sé si son mis privilegios
de hombre o mi incapacidad en las habilidades motrices, pero estuve un rato
batallando en este punto. Puse la masa en el molde que utilizaría, el de un
corazón. Pensé que, si no quedaba sabroso, al menos se vería bonito con esta
forma, después de todo la comida también entra por la mirada. Al tener más
harina de lo que esperaba, la masa era demasiada para el molde y sobresalía por
los bordes, causando mis primeras frustraciones. La puse a fuego alto por unos
25 minutos.
Mientras el horno hacía su trabajo, me concentré en hacer mi
parte favorita del pie: La crema de limón. En una fuente distinta, vacíe la
leche condensada y agregué el jugo de limón. Simultáneamente prepararía el
merengue que cubriría el pie. Nuevamente tuve que hacer malabares que me parecían
imposibles para separar las claras de las yemas sin arruinarlo en el proceso. Dejé
las claras a parte y agregué las yemas a la mezcla de limón y leche condensada.
Insistí con la batidora manual hasta que la mezcla perdiera lo blanco de la
leche y no tomara lo anaranjado de las yemas. Probé el resultado para
asegurarme de su sabor y por gula personal. Estaba perfecto.
Era momento de sacar la masa. Mi pesimismo atacó al ver su
estado. Se había inflado al medio, dejando poco espacio para rellenar, había
hecho orificios en la masa para que esto no pasara, pero ocurrió de todas
formas. Con un tenedor hice un nuevo orificio desinflando la masa, obligándola a
tomar la forma que necesitaba. A continuación, agregue la crema de limón y volví a poner el molde en el horno por cinco minutos más.
Era momento de hacer el merengue. Mis traumas infantiles
atacaron, muchas veces cuando con mis primos hacíamos merengue, más de una vez
la mezcla se me cortaba arruinando el proceso y malgastando los huevos. Pero
eran solo cinco claras contra una potente batidora, no podía salir mal. Rápidamente
comenzó a subir, al igual que mi satisfacción. Le agregué el resto de la taza
de azúcar y seguí batiendo hasta que el merengue quedará lo suficientemente
duro como para soportar la gravedad y no caer en mi cabeza.
Puse el merengue en una manga y rápidamente comencé a
decorar el pie sacado del horno. Nunca tuve la delicadeza para lograr trabajos estéticamente
agradables a la vista, por lo que las decoraciones se convirtieron en mi mayor
rival. Confieso recibir ayuda en este punto, pero es que mi frustración me
habría llevado a acriminarme con el pie.
Se veía como una linda nube en forma de corazón, todo
parecía estar saliendo bien. Puse por última vez el pie en el horno para dorar
el merengue. Fueron unos 7 minutos aproximadamente. Al sacarlo me sentí como
papá orgulloso de su creación, era el primero que había hecho, ahora faltaba
probarlo.
Lo puse al centro de la mesa para que mi familia diera su
opinión. Me demoré más de lo que tenía planeado por lo que para la once el pie
seguía tibio, afectando un poco el sabor. Sin embargo, el merengue era dulce y
suave, la crema de limón estaba en un punto perfecto de acidez que no irritaba
y la masa, que era lo que más temía, me sorprendió positivamente. A pesar del
miedo, no se sintió un fuerte sabor a mantequilla, la preparación era suave y
simple de digerir, por lo que no costo cortarla.
Mi familia pareció contenta con el resultado y agradeció
algo dulce para la tarde. A pesar de mi resistencia a cocinar algo, debo decir
que el resultado me motivó a intentarlo en un futuro próximo. El producto final
parecía obviar los errores de la preparación y terminó en un rico y
satisfactorio pie de limón, el cual podría parecer pequeños para muchos, pero
se convirtió un gran paso personal en la cocina.
Por Fabián Núñez
Ingredientes:
- 7 Huevos
- 5 Limones
- 3 tazas de Harina
- 1 tarro de Leche condensada
- 1 taza de Azúcar
- 125 gramos de Mantequilla
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