Cocinando con mamá: Lasaña a la mamatete.


Por: Juan Cristóbal Arredondo.


Mi mamá nunca se ha declarado una buena cocinera, de hecho, ni siquiera se jacta de tener buena mano para satisfacer el paladar de los demás, sin embargo, de algo estoy seguro: nadie, en ninguna parte, cocina una lasaña tan perfecta como la de ella.

El año se está acabando y la última comida no podía ser otra. Luego de debatirlo por unos quince minutos, llegamos a la conclusión siguiente: el último almuerzo del año sería lasaña, lasaña comandada por mi mamá y secundada por nosotros; mi papá y yo (mi hermano en algo habría de meter la tarasca).

No sé qué tanto se pueda comentar de la preparación, ya que en mi afán por evitar que se escapen demasiados detalles termino cayendo en el aburrimiento. No es la idea. No quiero ser nada más que un vendaval de letras tediosas y descripciones forzadas. Así que mejor, vamos a lo que vinimos: ¿qué tan rica quedó la lasaña?, ¿qué tanto ayudó el ambiente generado en la degustación del almuerzo?, ¿cómo fue ese ambiente, si es que lo hubo?

La mesa aún presentaba un mantel de motivos navideños (la navidad no termina hasta que comienza enero, ya lo saben todos) y cuatro individuales componían la escena. En nuestras posiciones conformábamos un rombo, aunque no sé ni por qué lo apunto, eso no importa demasiado. La presentación del plato es lo que importa. ¿Y cómo estuvo la presentación del plato? Veamos…



Simple, muy simple, tan simple que podría ser tomada como una mala lasaña, como un plato hecho a desgana, acaso a última hora por motivos de tiempo (el año se acaba, se nos viene encima, sépanlo). Los cuatro platos fueron iguales, lasaña desparramada por todos lados, desarmada al rose de la espátula, y bien jugosa. A mí ya se me hacía agua la boca, pero puedo comprender a quienes digan que el plato no removía el nivel de apetito o que no parecía sabroso. Pero, escúchenme, nada es lo que parece. Y me imagino que ya lo han leído en otros lugares, en muchos lugares: nada es lo que parece, las apariencias engañan, y todas esas cosas que conforman un largo etcétera.

Luego de mirar el plato, por aquí y por allá (yo no lo miré, eso está claro), nos lanzamos a comer. El primer bocado lo dice todo, es amor a primera vista, es el roce definitivo con la infancia y todos los sabores del mundo, mis sabores preferidos del mundo, derritiéndose en mi paladar y bajando por mi garganta. ¡PLACER, puro placer!

La masa es perfecta, el queso bien distribuido, un jamón de primer nivel y la salsa un verdadero manjar. No sé qué tanta objetividad podría tener mi relato si se trata de mi madre, pero suponiendo que no se trate de ella, que mi mamá no juegue ningún papel en la preparación del plato, diría lo mismo: un manjar, un verdadero manjar de los dioses.

Estoy convencido de que podría pasarme la vida entera comiendo esa lasaña. Y lo pensaba, seguro que lo pensaba, cuando no me di ni cuenta y ya me había terminado el plato. La segunda ronda fue igual de satisfactoria, no menos contundente. Porque sí, la lasaña a la mamatete es un plato contundente, para estómagos de hierro. Y yo pienso que tengo un estómago de hierro y me hago la ilusión de que es así, entonces aprovecho cada oportunidad y me repito. Quise repetir el sabor y repetir el placer.

Cuando todos nos terminamos el plato, la decisión fue unánime: la lasaña a la mamatete (el nombre lo inventamos en el momento, el mal nombre) es el mejor plato de la galaxia. Estábamos seguros, dijimos todos (mi papá, mi hermano y yo), que en ningún planeta de todo el cosmos podríamos encontrar un plato tan placentero como ese. Pues, claro, dijo mi papá, si es el verdadero manjar de los dioses.

Y esa, en definitiva, es la conclusión: la lasaña de mi mamá es el verdadero manjar de los dioses, por el cual estarían dispuestos a pelear, aunque eso significara un choque estelar que pudiera poner fin al universo entero. La lasaña de mi mamá genera en mí algo parecido, la sensación de estar adentrándome en la verdadera geometría de la gastronomía, el verdadero placer de echarse comida a la boca se siente cuando lo que te echas es la lasaña a la mamatete.


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